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19.03.2013 23:03

Os dejo un adelanto de mi próxima publicación:

 

                                    Mi vecina es una musa

                                                                                                

 

                                                             Prólogo

Cuenta una antigua tradición que una vez concluida la beligerancia con los Titanes, los Dioses le solicitaron al poderosísimo Zeus que creara unas nuevas deidades preparadas para entonar el nuevo mandato establecido en el universo.

Cumpliendo los designios demandados, el Dios del Olimpo, ataviado como un pastor amó nueve noches seguidas a la hija de Urano y Gea, fusionando de ese modo el cielo con la tierra.

De los frutos engendrados en su vientre durante una novena la titánica Mnemosine–– la personificación de la memoria, la poseedora del más absoluto conocimiento que estaba al corriente del presente, pasado y futuro eternos––, dio vida a las MUSAS: divinidades femeninas que tutelan las artes y las ciencias, inspirando a los artistas especialmente a los filósofos, poetas y músicos.

Sin embargo, las nietas del Cielo- Urano y la Tierra- Gea no se limitaban únicamente a la ilustre ocupación de inspirar y regir las nueve artes de Apolo, también eran sublimes cantantes, músicas y bailarinas.

Sus virtudes rivalizaban con su inteligencia, y su belleza y su dulzura con su grandeza.

     CALÍOPE era la primogénita, la más distinguida de ellas, evocada con un estilete y una tabla de escritura, regía la elocuencia y la poesía épica; auxiliaba a los honorables reyes con palabras convincentes, adecuadas para serenar a sus súbditos y restablecer la paz entre los mortales, y le enseñó el cantó al famoso héroe troyano Aquiles.

     CLÍO, representada manteniendo entre sus manos un rollo de pergamino, era la musa de la poesía heroica y de la historia.

     La tercera de ellas era ÉRATO, divinidad que protegía la poesía amorosa y la composición lírica, y amiga íntima del Dios del amor.

     La cuarta deidad tenía por nombre EUTERPE e inseparable de su flauta protegía la música.

    MELPÓMENE fue llamada la quinta musa de la tragedia, y POLIMNIA la sexta que acostumbraba con actitud seria y pensativa a apoyar sus codos en su pedestal divino mientras presidía los himnos sagrados.

    A TERPSÍCORE se le otorgó la inspiración de la danza.

    A TALÍA los atributos de la máscara de la comedia, el bastón del pastor y la poesía pastoril, y finalmente URANIA se encargó de proteger a los astrólogos y astrónomos, cubierta con su manto de estrellas sosteniendo en su mano izquierda una esfera y una espiga en la diestra.

Pero estas generosas, sabias, jubilosas y hermosas mujeres no fueron las únicas engendradas por el apasionado Dios de los Dioses; que al igual que sucedió con Alcmenea la esposa de Anfitrión, el todopoderoso, se enamoró perdidamente de una bella mortal a la que sedujo y con la que tuvo una hija. Cuyo nombre e identidad la mantuvo en completo secreto por temor a que la furia de su esposa, la Diosa Hera, se vertiera sobre ella del mismo modo que muerta de celos se derramó contra Hércules el hijo de Zeus y Alcmenea.

Tras el alumbramiento, desgraciadamente, la hermosa doncella perdió la vida y Zeus al enterarse le ordenó a una divinidad menor, que subiera al bebe al Olimpo, haciéndola pasar por su hija.

Fue inmortalizada compartiendo los honores divinos del Olimpo, y aunque su espíritu era divino de su corazón tierno nunca pudo desterrar su condición medio humana.

El día que cumplió quince años su progenitor le contó toda la verdad de su linaje, y como regalo de cumpleaños la dotó de todas las cualidades y virtudes que poseían sus otras hijas, convirtiéndola de ese modo en la musa más completa de la mitología. Aunque nunca compartió protagonismo con sus hermanas fue desde el más absoluto anonimato la más cualificada y capacitada para inspirar a escritores, músicos y filósofos.

Se cree que pasa más tiempo paseando por la tierra que en el Olimpo, que le gusta mezclarse entre los mortales como uno más de ellos, y que siente debilidad por la ciudad de la luz y especialmente por los pintores…

 

                                                                        Capítulo primero

 

Atardecía en Paris y sobre un lienzo inmaculado, Julius, trazaba el esquema sencillo de los volúmenes elementales de un paisaje de montaña.

Al finalizar el esbozo con sumo cuidado humedeció con una esponja pequeña la franja del cielo con un aguado en ocre clarísimo, para posteriormente manchar las nubes azules, dejándolo secar varios minutos antes de pintar las primeras montañas con fríos colores violeta y azules, sirviéndose así la base de tonalidades posteriores.

Con acuarelas rojizas y verdes pintó contrastes sobre los montes más distanciados y cuando se disponía a cubrir las zonas despobladas del paisaje con tonos rojizos, sonó el “dinggg-donggg” de su puerta y una mujer desconocida se presentó con voz tímida.

     ––Bonsoir, Je m´ appelle Myriam… Soy su vecina, “comment-dit-on, ¿en francés ?”

     ––Voisin… encantada de conocerla, vecina ––respondió en perfecto español el caballero francés.

    ––Parlez- vous espagnol?––inquirió Myriam sorprendida.

    ––Perfectamente, mi madre es española, cuando era niño pasaba mis vacaciones de verano con mis abuelos en su país.

¿En qué puedo ayudarla?

    ––La agencia que me alquiló el piso me dio una llave de la azotea y la he perdido.

    ––Tengo una copia de esa llave y otra del portal, ahora mismo se la traigo.

    El pintor fue a su habitación y del primer cajón de su mesita de noche cogió una copia de la llave y se la prestó a su vecina.

    ––Merci beaucoup.

    ––De rien, ¿desea algo más?

    ––No gracias, por el momento eso es todo. Espero no tener que molestarle más veces.

    ––Au revoir, Myriam.

    ––Hasta la vista.

El pintor cerró suavemente la puerta y regresó frente al lienzo y cuando comenzó a manchar con sombras tostadas los troncos de los árboles nuevamente fue interrumpido por el sonido del timbre.

    ––Paul ¿qué haces aquí? habíamos quedado a las diez.

    ––Lo sé pero me he cansado de dar vueltas por el centro comercial y no encontrar lo que buscaba.

El pintor dirigió la vista a una bolsa con la serigrafía de una famosísima librería parisina.

    –– ¿Qué llevas en esa bolsa?

    ––He comprado un libro––respondió su amigo mostrándoselo.

    Julius observó la portada y posteriormente le dio la vuelta deteniendo su mirada en la enorme fotografía de la autora que la cubría.

    –– ¡Yo conozco a esta mujer!

    ––Tú y millones de lectores. ¡Es la reina de la literatura fantástica!

    ––Paul esa mujer acaba de pedirme la llave de la azotea.

    ––Imposible, la habrás confundido con otra persona.

    ––Jamás olvido un rostro––afirmó con rotundidad––. Soy pintor y recuerdo perfectamente los rasgos de su fisonomía.

            Paul quedó pensativo dudando de las palabras de su amigo.

    ––Si no me crees llama a su puerta y compruébalo por ti mismo. Se aloja en el piso que alquila tu agencia inmobiliaria.

    –– ¿Y qué le digo?

    ––Pídele un poco de sal, en las películas funciona.

    –– ¡Estás loco!––dijo cogiendo la novela e introduciéndola en la bolsa––. Me voy a dar una ducha y luego nos vemos.

            Una vez en el rellano, Paúl, se detuvo un buen rato delante de la puerta de la escritora y en un impulso repentino dejó su dedo pegado al timbre.

    ––Disculpe, soy su vecino, ¿tiene un poquito de sal?––le pidió en su idioma natal.

    –– ¿Es usted español?––preguntó la escritora con una sonrisa.

    ––No, pero hablo perfectamente cinco idiomas.

    Myriam prestó atención a las trémulas manos del caballero de cabello azabache rizado, con ojos algo rasgados, pestañas bastante largas para ser un hombre y labios pronunciados.

    ––Espere un segundo que le traigo un salero.

     Antes de ir a buscar la sal Myriam se fijó en el sonrojo de sus pómulos, pero lo que no pudo sentir cuando se alejaba por el largo pasillo de la casa era como el corpulento cuerpo de Paul, por segundos, se estremecía.

    ––Aquí tiene.

    ––Se lo devolveré en seguida––dijo con voz entrecortada.

    ––Quédeselo, tengo otro de repuesto.

    ––Prefiero devolvérselo––insistió en voz baja, con la única intención de volver a verla.

    ––Como quiera...––dijo la escritora y cerró despacio la puerta.

     Sorprendido por conocer en persona a su escritora preferida, Paul sin acabar de creérselo, entró en su casa con una sensación de vació en la boca del estómago y el corazón acelerado, y para relajar sus emociones decidió cambiar la ducha por un buen baño.

 

 

 

 

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19.03.2013 23:02

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